¿Quién no conoce la leyenda del canto del cisne, narrada por Virgilio y Marcial? El cisne, de impecable porte, solemne, digno, que se mueve con desenvoltura, elegancia y seguridad, cuando presiente que su fin se acerca, entona un melodioso canto que lega al mundo como permanente recuerdo.
Claro que también existe la visión de Plinio, la de Sancho Panza, de los seres realistas, sabedores de que el cisne no canta en vida y cuando muere emite un sonido sordo que suena como un desagradable graznido.
Son dos visiones diferentes de la vida: una poética, otra realista; hermosa y zafia; imperecedera y perecedera; generosa y egoísta; sublime y vulgar. Naturalmente, hemos de admitir visiones y actitudes intermedias.
Los seres humanos que trascienden a su tiempo, quienes tienen visión de futuro y creen en el bien común, viven y mueren conforme a estos principios. Su muerte -léase retirada o desaparición- es tan generosa como lo fue su vida, hasta convertirse en algo sublime, trascendente por encima del tiempo, hermosa, imperecedera. Asumen la inmolación ideológica, empresarial, profesional, familiar, social,…. elegantemente, sencillamente, calladamente… Y se van sin mirar hacia atrás, pero dejando una estela de recuerdo, de afecto y reconocimiento general que sólo ven los demás.
Plinio y Sancho Panza sabían que el cisne nunca sería capaz de cantar y que, pese a su apariencia elegante, muere de forma vulgar emitiendo un desagradable graznido que nadie recordará, aunque sus movimientos hayan sido elegantes, gráciles y solemnes.
¿Dónde están los cisnes de Virgilio?, ¿dónde los seres humanos capaces de inmolarse por el bien de los demás mientras entonan su obra final?
No los hay, mi señor, responde el bueno de Sancho; esos cantos son fruto de su imaginación enferma.
Yo me resisto a creer que estoy soñando dormido o fantaseando despierto. El cisne que muere entonando tan sublime canto en favor de los seres humanos, existe, tiene que existir. Puede tener aspecto de empresario, político, ejecutivo, sindicalista, profesional, padre de familia, ….
No puedo quedarme sólo con la elegancia de sus formas: detrás del hermoso, estilizado, solemne y elegante cuerpo del cisne no puede haber una alma zafia, boba, fea, egoísta y mezquina, aunque sólo sea así en el momento de morir.
¿Cantará el cisne o escucharemos el triste graznido de la realidad? Yo creo en la esperanza.