Empieza un nuevo curso; miles de niños en toda España entrarán en contacto por primera vez con el lenguaje formal, oral y escrito. Aprenderán a identificar las letras, formar sílabas, descubrir la forma escrita de objetos habituales para ellos y a combinar de forma armoniosa las palabras para expresar sentimientos y adquirir conocimientos por sí mismos, sin intermediarios.
Descubrirán el mundo de la lectura, que les introducirá en las aventuras de personajes reales y de ficción; explorarán nuevos juegos y ampliarán su libertad, al tener una menor dependencia del hermano mayor para leer un cuento, felicitar a mamá en su cumpleaños o escribir una carta a los abuelos. Se incorporarán a una comunidad de 450 millones de personas que tienen una lengua común, con la consiguiente universalización de conocimientos y enriquecimiento personal.
Resulta fascinante ver la expresión de los niños cuando descubren el valor de las palabras, el significado de lo que leen, las posibilidades de la escritura: sorpresa, alegría, afán, curiosidad,…; como Pablo, personaje de La tercera palabra, del dramaturgo Alejandro Casona, que aprende a leer y escribir a los 24 años, cuando descubre la tercera palabra más importante en su vida: amor.
Será fundamental inculcar a los niños la importancia del lenguaje, para que acepten la necesidad de su correcto aprendizaje y perfeccionamiento a lo largo de todo el proceso educativo. Una mayor riqueza de lenguaje les permitirá adquirir conocimientos e información, mejorar la comunicación con sus semejantes, expresar sentimientos, analizar propuestas – políticas, religiosas, ideológicas, culturales, publicitarias, laborales,…-, elegir líbremente entre las diferentes alternativas que la vida les irá poniendo ante sí,… A través del lenguaje conseguirán unas mayores cuotas de libertad, independencia y universalidad.
Esta tarea tendrá que cohonestarse con el aprendizaje de la lengua autóctona, a fin de conservar el patrimonio cultural de cada territorio: no sólo la lengua, sino también costumbres, tradiciones, historia y cultura.
Ambos objetivos son necesarios, convenientes y posibles, si prevalece el sentido común a la hora de programar la puesta en práctica de ambos objetivos y se dejan a un lado suspicacias, imposiciones y dogmatismos. De no ser así, nuestros jóvenes continuarán empobreciendo su lenguaje en ambas lenguas, su capacidad analítica, sus posibilidades de comunicación con una gran parte de los seres humanos y, en consecuencia, su crecimiento personal y profesional. Su capacidad de expresión será lo más parecido a la uva pasa: cada vez más pequeña y encerrada en sí misma.