¡Qué poco tiempo dedicamos a pensar, a vivir la soledad en nuestra única compañía, para hablar con nuestro yo!
Es cierto que el mundo que nos rodea lo pone difícil: la prisa, el trabajo, la era de la imagen, que subyuga nuestra mente y tras una dura jornada nos empuja a la caja de los horrores para no pensar sin dejar de sentirnos vivos.
Sólo de vez en cuando disponemos de un momento para mirar hacia dentro, en soledad, con serenidad: unas vacaciones al margen del entorno habitual que nos aturde o la convalecencia de una enfermedad o, naturalmente, el momento buscado conscientemente por uno mismo.
Esta es la ocasión para valorar la diferencia entre placer y disgusto, felicidad y desgracia, dolor y bienestar, alegría y tristeza y tantos otras sensaciones. Aspiramos, legítimamente, a la plenitud, a un supuesto estado ideal del ser humano y de la sociedad de la que formamos parte, donde no haya dolor, ni tristeza, ni disgustos, ni desgracias, y no quepan ni la mentira, ni lo feo, ni….¡qué se yo! Y esto es así, porque hemos vivido rodeados -y lo siguen estando nuestros jóvenes- de hedonismo, a través de la hermosura, facilidad, inmediatez, carencia de competitividad y esfuerzo, con la conciencia como juez absoluto de nuestros actos.
Creer que este mundo feliz es posible, resulta utopía. La pertinacia en alcanzarlo provoca decepción, amargura, frustración, desengaño, sufrimiento,…; con el riesgo de pensar que podría encontrarse a través de la corrupción, la mentira, el sexo, la droga,…
Para desechar ese ansia permanente del mundo feliz, nada mejor que interiorizar en nuestro yo algo tan sencillo como esto: sentimos alegría porque antes hemos penado; la felicidad sólo existe si previamente hemos vivido una desgracia; el placer del calor físico sólo es posible tras haber sentido frío; apreciamos la ternura porque antes hubo desencuentro.
Un mundo sin sentimientos contrapuestos negativos sería un mundo neutro, impropio de seres humanos,… además de imposible.
¡Qué sensación tan placentera cuando, aterido de frío, una mano desconocida, me arropó delicadamente de forma inesperada, sin haberlo insinuado!
Disfrutamos del bienestar tras un intenso dolor físico que ha mordido nuestro cuerpo.
En fin, de la misma manera que negro y blanco se deben, recíprocamente, su existencia, pensemos que sólo será posible la alegría, si previamente hemos sufrido la tristeza.