Hace un año titulaba mi comentario semanal Chacinas, literatura y sociología, y recordaba las variedades de chorizos producidos en nuestra España; chorizos que mamaron la picardía de los rufianes de Cervantes, Quevedo, Alemán y Espinel.
Fueron sociólogos y periodistas de investigación, porque describieron las consecuencias de la miseria, del hambre, de la necesidad y del puterío de subsistencia que, aderezados con la picardía y el ingenio, constituían la única esperanza para menesterosos, huérfanos abandonados, tullidos, ciegos y aventureros, de llevarse un bocado al coleto en aquella España bribona y golfa.
Seguimos siendo tierra de malandrines, ahora movidos por la avaricia, la amoralidad, la ambición, el lujo, el hedonismo y el vicio…, motivaciones muy distintas al instinto de los estómagos vacíos de los pícaros del Siglo de Oro.
Los vientos de la desvergüenza soplan doquier; quienes hoy se regodean de la golfería ajena, antes fueron paraguas de sus propios desaprensivos, porque cualquier paraguas sirve para amparar a estos vividores; sus sinecuras pueden consistir en el 3 %, gastos de un acontecimiento familiar, un peluco de metal noble, arte, viaje idílico, inmueble a precio de saldo, ….; pero lo que más agrada al rufián es el metal contante y sonante, cogido al descuido, porque da libertad y deja menos rastro.
Las jerarquías que sostienen los paraguas protectores de estos canallas mantenidos, callan, se amparan en el secreto del sumario, en la presunción de inocencia y, si se defienden, escupen el consabido y tú más. Cuando la justicia llega hasta el final, retiran al interfecto las canonjías, el paraguas, el carnet y… ¡hasta la próxima! Eso sí, suelen añadir que no toda la clase política roba, que golfos hay pocos, que la política es una actividad de servicio, que la mayoría de los políticos son honestos. Nos da igual que la mayoría sea honesta, lo que queremos es que todos sean honrados –la honestidad es cosa de cintura para abajo- aunque sean deshonestos.
Hagamos desaparecer de nuestras conciencias el callo que solapa la herida y nos hace ver como normal la vulgar rapiña, apelando a las hipócritas expresiones éste por lo menos hace algo o si no es éste será otro.
Se me olvidaba: las manos expertas y frías que abastecen los pesebres en los que comen estos indeseables merecen el mismo desprecio que quienes comen en ellos.