JOSÉ CARLOS DÍEZ Madrid 17 MAR 2013 EL PAÍS.COM

Tres años después de la tragedia griega que supuso el inicio de la crisis del euro, el rescate a Chipre confirma que no hay indicios de vida inteligente en Europa. Versionando a Einstein, “hay dos cosas que tienden a infinito; los costes asociados a un corralito con quitas a pequeños depositantes y la estupidez humana. Y de la primera no estoy seguro”.

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Un hombre sostiene una pancarta en la que se puede leer «mantened vuestras manos lejos de Chipre». A su lado, una mujer que sostiene otra en la que se puede leer «Europa es para su gente no para Alemania» frente al Parlamento en Nicosia (Chipre). / FILIP SINGER (EFE)

Los depósitos de pequeños ahorradores son un pilar básico de la sociedad y de la democracia y debe ser la última opción para resolver una crisis de deuda. Hacer pagar antes a los depositantes que a los bonistasincumple una norma ya escrita en el libro del Deuteronomio. El único país que hizo esto en la crisis de la deuda de los ochenta fue Rumania y Ceaucescu acabó ante el pelotón de fusilamiento.

Pero hacerlo sin un Plan Marshall que saque al país del hoyo, con un ajuste fiscal que condena a Chipre a una depresión y con un préstamo que sitúa la deuda pública por encima del 150% del PIB es simplemente una aberración económica. Dentro de un año habrá que hacer una quita a la deuda pública y ¿otra quita a los depositantes? Es evidente que con estas condiciones Chipre debería haber solicitado su salida fulminante del euro y apoyo financiero directamente al FMI.

Para dar un escarmiento moral a un país pecador y unos miles de rusos que blanquean dinero, Europa se salta dos principios básicos de los Tratados: i) la deuda pública avala los depósitos menores de 100.000 euros y ii) el corralito impide la perfecta movilidad de capitales. Hay crisis sistémicas cuando existen elementos comunes y este es un ejemplo de manual.

Los riesgos para la economía española

En España ya hemos tenido un plan de recapitalización bancaria de la Troika en 2012 y la probabilidad de un corralito sigue siendo muy reducida. Pero dicho esto somos un país en depresión, donde la recuperación ni está ni se la espera. Creemos ciegamente en el mantra de “las exportaciones van bien” pero nuestros principales socios europeos han entrado en recesión y nuestras ventas en el exterior han caído con fuerza desde el pasado verano. No es un problema de competitividad, sino de debilidad de demanda de nuestros clientes, incluida Alemania. Además de crecer, para retornar la deuda pública a una senda sostenible necesitamos un superávit fiscal primario. El déficit primario supera el 4% por lo que aún nos queda un par de duros ajustes por delante. Aunque con tanto trasiego de las cuentas públicas en 2012 nadie sabe ya cuál es en realidad.

Nuestro banco malo es una especie de Frankenstein que nadie entiende y que se acabará rebelando contra sus creadores. Nuestros bancos, a pesar del intenso saneamiento realizado desde 2009, ven cómo su negocio disminuye, la morosidad aumenta a velocidad de vértigo, especialmente en pymes y los precios de los activos inmobiliarios que se adjudican se desploman. Lo que sabemos los economistas de las depresiones es que hasta que no se sanee el sistema bancario no retornará el crédito y la economía seguirá destruyendo empleo y generando infelicidad.

Lo peor de la crisis del euro es la moral que la sustenta. Los economistas nos liberamos de la filosofía moral en el siglo XIX pero Merkel y los cruzados de la austeridad suicida nos han vuelto a atrapar. EE UU ha demostrado que esta crisis no es una maldición divina y nos ha enseñado la hoja de ruta para resolverla. La política económica americana no está exenta de riesgos, pero son infinitamente menores a los que suponen la inacción y las chapuzas que hacemos los europeos.

El rescate a Chipre provocará tensión y debe ser una señal para cambiar la política económica. Nos equivocamos poniendo más paños calientes. Los sistemas complejos en los que se reduce la volatilidad artificialmente aumentan su vulnerabilidad. Y la variable que ningún Gobierno controla en una crisis de deuda es la estabilidad social. Basta ya.

José Carlos Díez es economista jefe de Intermoney y profesor de economía de Icade.

Enlace al artículo completo:

http://economia.elpais.com/economia/2013/03/17/actualidad/1363560672_120637.html

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