No me estoy refiriendo al asunto de los Ere de Andalucía, Bankia u otros de características similares que vienen siendo habituales en este desventurado país.
Me refiero al episodio que tuvo como protagonistas a un humilde electricista y al orgulloso y singular Códice Calixtino, manuscrito medieval, que se custodia (es un decir) en la Catedral de Santiago, más o menos desde el siglo XII y ha sobrevivido al paso del tiempo, hasta que se cruzó en su camino un paisano gallego, que impulsado por la estupidez, el resentimiento y/o la codicia y con la colaboración inestimable de autoridades civiles y eclesiásticas lo despertó de su letargo secular profanando su sagrado descanso en la tumba del Apóstol.
Andan discutiendo los juristas si se trata de un robo, un hurto, una apropiación indebida u otro tipo penal aplicable al caso. Desde mis modestos conocimientos jurídicos estimo que se equivocan puesto que en dicha conducta no se aprecia ánimo de lucro, requisito imprescindible para dichas calificaciones, como lo prueba no sólo el hecho de que no tratase de comerciar con tan preciado tesoro, sino que con su acción perjudicó su apacible y larga trayectoria de recolector de limosnas apostólicas, que le proporcionaron como es sabido pingües beneficios, que por otra parte dedicó altruistamente a resolver la famosa “burbuja del ladrillo” realizando cuantiosas inversiones inmobiliarias.
A la vista de lo anterior y al margen de consideraciones jurídicas, calificaría el hecho como un secuestro, puesto que se limitó a cambiar de lugar el Códice, sin duda considerando que el humilde trastero donde lo custodió era más seguro que la ostentosa ubicación catedralicia del manuscrito.
Inclusive dadas su acreditada destreza para el robo es de agradecer que no se hubiera llevado la campana Berenguela, el Botafumeiro o incluso el anillo episcopal aprovechando el dormir apostólico del señor Arzobispo
No está claro como o en qué momento la prolija investigación policial llegó a la conclusión que el “eléctrico” era el sospechoso mas cualificado. Pudo haber sido por algunas ostentaciones de riqueza, impropias de su actividad profesional, o quizá por advertir cambios importantes en su conducta como católico ferviente, puesto que después de cometer el robo del Códice, dejó de recibir la Comunión, aun cuando seguía siendo persona de misa diaria, circunstancia que podría atribuirse a cierto sentimiento de culpa por su acción pecaminosa.
Tampoco consta si la práctica eucarística diaria estaba precedida frecuentemente por la necesaria confesión de los pecados, o si en algún momento nuestro hombre consideró un pecado el cambio de destino del Códice, ni siquiera el hecho de “cepillar los cepillos” catedralicios con la mayor impunidad, sin contrición de corazón y por supuesto sin propósito de enmienda.
No obstante, parece que en su declaración de la renta marcaba la X en la casilla de la Iglesia Católica, lo cual es un detalle por su parte.
En fin tras este episodio que terminó felizmente para todos, con la excepción del “electricista infiel”, que por otra parte estará ya disfrutando de los beneficios penitenciarios oportunos, el Códice vuelve a reposar beatíficamente en su lecho apostólico, sometido a mayores cautelas y medidas de seguridad, pero que ha servido sin duda para potenciar su relevancia mediática, y consiguientemente las visitas de fieles e infieles y como no las limosnas y estipendios derivadas de las mismas.
A la vista de lo sucedido podría ser conveniente que la Iglesia potenciase la recepción de dichas aportaciones por medio de la banca “on line”, que tendría seguramente como inconveniente la transparencia, pero como ventaja la seguridad y la imagen de modernidad financiera.
Finalmente indicar que el partido popular rechaza las acusaciones malévolas de todas las oposiciones acerca de que la tardanza en la resolución del caso y la recuperación del Códice tuvo algo que ver con la ceremonia medíática que protagonizó el Sr. Rajoy, en la entrega del mismo, impelido por la necesidad de comparecer en público para dar alguna buena noticia al sufrido pueblo español.
Julio 2012
José R. Vázquez Liñeiro